sábado, 30 de junio de 2007

“Un día fuera de lo común” de Jessica Cejas

La casa de mi abuela era fría, sin vida y con las paredes despintadas debido a que no tenía tiempo para ocuparse de ella. Mi abuela trabajaba todo el tiempo y pocas veces se la podía ir a visitar. Vivía sola y no tenía mascotas. Yo iba los domingos cuando ella no trabajaba y pasábamos los medios días y las tarde juntas, contándonos cómo nos iba en la semana mientras almorzábamos o mirábamos películas, o simplemente nos sentábamos en sus sillones azules a descansar.
Un domingo me levanté tarde, cerca del medio día, con dolor de cabeza porque el día anterior había salido a la noche y había vuelto muy cansada. Mi abuela me llamó diciéndome que no fuera. No dijo por qué, pero dijo que no fuera. Me pareció raro, pero no fui y me quedé en mi casa, en mi pieza de paredes verdes con una ventana por la que entraba la luz del sol y daba en mi cara haciendo que me doliera más la cabeza. Miraba la tele. A mi alrededor todo estaba tranquilo, muy tranquilo.
Salí de mi habitación y me encontré con un silencio que nunca había en mi casa. Todo estaba muy tranquilo: en el comedor, la cocina y el living, no había nadie. Ni mis papás ni mi hermano estaban, sólo una nota pegada en la heladera que decía: “Nos fuimos, dentro de un rato volvemos”. No decía a dónde, ni cuánto iba a tardar, sólo decía más bajo de la nota: “No te vayas a ningún lado” ¿Por qué no podía ir a lo de mi abuela? No podía saberlo...
El dolor de cabeza no me dejaba pensar bien dónde podía llegar a estar mi familia: haciendo compras, comiendo en algún lado pero, ¿por qué no fui?, ¿por qué no me avisaron? Y mi abuela, ¿dónde estaría un domingo sino en su casa? Era todo raro, pero lo peor era que me tenía que quedar en casa porque la nota decía “No salgas a ningún lado”.
Mi casa cálida y cómoda, se tornaba fría e incomoda para mí. Estaba aburrida de esperar a que volvieran. En el medio de un dolor de cabeza que no me dejaba pensar y me cansaba, sonó el teléfono: mi amiga, vecina de mi abuela, con la que había salido anoche me contó que se escuchaban ruidos raros, que vaya a ver qué estaba pasando.
Agarré mi campera, las llaves de la casa de mi abuela, cerré todo y fui para allá.
Llegué, desde afuera se podía ver la luz prendida, y por deducción alguien había. Toqué timbre y no abrían. Tuve que abrir yo la puerta, esa puerta marrón; pasando por el living se podían escuchar voces. Pero si la luz que se veía desde afuera era la del living y estaba prendida ¿por qué la luz del comedor estaba apagada?
Prendí la luz y al asomarme vi que estaban todos: mi papá, mi mamá, mi amiga y mi abuela. Todos sonrientes y contentos porque había salido bien la sorpresa de la fiesta para mí: era mi cumpleaños.

martes, 26 de junio de 2007

"Los amigos" de Julio Acosta

Estábamos un sábado a la noche con mis amigos comiendo una pizza y tomando unas cervezas cuando de repente nos ocurrió algo realmente espantoso: pasaron cuatro lechuzas y un búho gritando desesperados. En ese momento no pasó nada y no le dimos importancia. Pero algo más loco nos ocurrió: se nos acercó un perro negro y no paró de aullar hasta que nos fuimos de mi casa.
Esa noche fuimos al bingo. Perdimos mucha plata. Después nos fuimos a bailar con otros amigos y la pasamos re mal.
Cuando veníamos del baile a casa nos pasó otra cosa peor: a un amigo se le ocurrió tocar el espejo de un auto y querer arrancarlo porque pensó que estaban durmiendo los dueños del auto. Por culpa de eso el mismo dueño del auto nos corrió con un revolver tirando como un loco sin pensar lo que hacía. Nos tuvimos que esconder y parar de correr porque ya no podíamos más del cansancio.
Asustados nos volvimos a juntar en la esquina del barrio esperando a nuestro amigo que había iniciado ese calvario para retarlo, pero no apareció. Apareció después de una hora. Estaba bien y nos olvidamos de retarlo porque fue tanto lo que lo habíamos esperado que pensábamos todo lo malo que le pudo haber pasado. Pero gracias a dios él estaba con nosotros y nos abrazó a todos y se puso a llorar y todos lo contuvimos.
Y nos quedamos hablando en la esquina veinte minutos con él para explicarle que no tenía la culpa de lo que pasó porque éramos chicos. Todos hacemos travesuras. Después lo acompañamos hasta su casa, y todos nos fuimos a dormir contentos, tranquilos porque él estaba bien. Al otro día lo fuimos a buscar para jugar al fútbol y nadie comentó nada de lo ocurrido y la pasamos re bien y hasta el día de hoy somos todos amigos.

domingo, 24 de junio de 2007

"Un pacto con la oscuridad" de Horacio Acosta

Yo estaba en mi casa descansando después de un día de trabajo agotador, cuando de repente sonó el teléfono. Contesté. El que me llamaba me dijo que tenía que ir a ayudar a mis hermanos que estaban en problemas. Le pregunté dónde quedaba ese lugar. Él me respondió que quedaba en la provincia de Santa Fe. Además me dijo que me daría cuenta de cuál era el lugar.
Emprendí el viaje a la provincia de Santa Fe. Busqué las pistas que este hombre me dio. Mientras lo hacía, el sol se escondía y tuve que buscar un lugar donde dormir. Encontré un hotel.
Estaba durmiendo cuando escuché unos ruidos que eran a mi parecer de animales extraños. Al llegar el día pregunté qué eran esos ruidos. Los de la ciudad no me querían decir hasta que unas personas me dijeron lo que pasaba. Me dijeron: “Las personas de aquí no te van a decir porque esos animales raros llegaron junto con tres personas”. No dudé un momento y les mostré una foto preguntándoles si eran ellos y me dijeron que sí. Les di las gracias y pensé en el hombre que me dijo que me iba a dar cuenta de lo que pasaba.
Traté de investigar de dónde venían esos animales. En el recorrido, uno de esos animales se me apareció en el camino, pero no me atacó. Lo seguí hasta su escondite y encontré a los otros animales que dormían. Vi tres figuras y me parecieron conocidas.
Las figuras se acercaron hasta la luz y vi que eran mis hermanos y les pregunté qué eran esos animales y me respondieron: “son nuestros hijos”. Les pregunté por qué decían sus hijos. Repitieron que eran sus hijos.
- Pero si ustedes son seres humanos y no animales, les dije.
- Están creados por el poder de la oscuridad y nuestro odio hacia la gente de este pueblo, gritaron.
- ¿Qué les hizo este pueblo para que piensen así?
Y me contaron que cuando llegaron la gente los veía muy mal. Creían que eran personas con poderes extraños porque podían comunicarse a través de un aparato que para ellos era raro, pero para nosotros común ya que era raro que una persona no tuviera celular.
Y les dije: - ¿Por eso van a hacer un trato con la oscuridad? Además ustedes son un tipo de personas que no van a hacer el mal por eso.
Y me respondieron: -Parecíamos buenas personas, pero… ¿te unís a nosotros o no?
- ¿Qué?, grité. Y empezaron atacarme los animales y no tuve más remedio que atacarlos a ellos hasta que murieron todos. Entonces desaparecieron y me di cuenta que los animales eran mis hermanos.
Me fui del pueblo a mi casa en la provincia de Buenos Aires. Y no contesté más el teléfono.

sábado, 23 de junio de 2007

"La llamada" de Érica Solange Hender

Estaba en una fiesta en una casa con un par de amigos divirtiéndome, cuando recibo un llamado telefónico. Como me era difícil, salí fuera del lugar para hablar y escuchar mejor. Llegué hasta la orilla del río donde no había muchas casitas, sino que parecía que era la única casa del lugar: había muchos árboles, lo que te hacía imaginar cualquier cosa.
Sin darme cuenta me fui alejando del lugar donde estaba, y me metí donde estaban todos los árboles y cuando me quiero acordar ya estaba re lejos de la fiesta. Quiero volver y no sabía cómo. Empecé a desesperarme. Cuanto más buscaba la casa, más me alejaba del lugar, encima era de noche, hacía frío, no sabía qué hacer.
Hasta que vi una casa re grande, parecía un castillo. Me parecía medio raro que por esta zona haya como un castillo. Bue, digo, entro, ya fue. Fue un impulso. Entré y me encontré con muchas personas, bien vestidas, eran muy elegantes, como si fuera que estaban todos en una fiesta, era muy lujoso el lugar. Empecé a recorrer el lugar. Las personas eran amables pero tenían algo raro. Te trataban como si fueras de la fiesta, que eras un invitado más. Subí un par de escaleras donde ya no había tantas personas. Miraba, observaba las paredes, veía unos cuadros, eran extraños, como que nunca había visto unos cuadros así. Parecía que te miraban todo el tiempo, hasta llegué a pensar que eran fantasmas, pero seguí caminando, caminando. De repente no escuché más nada, bajé las escaleras, volví al lugar de la fiesta donde estaban esas personas extrañas, los cuadros no estaban, no había más nadie. Cuando miro hacia las escaleras bajaba un hombre muy elegante, que me dejó tildada, se me acerca, me pregunta “¿estás perdida?”, sí le digo. Salimos fuera del lugar. Por las cosas que me decía, que me preguntaba, me quería ayudar. Pero yo estaba muy confundida no entendía nada. Entramos de vuelta al castillo, estaban las mismas personas, yo digo: no había nadie cuando salimos, de donde salen estas personas y de repente desaparecen de nuevo.
El hombre me guiaba, me explicaba cómo podía volver al lugar de la otra fiesta donde estaban mis amigos, pero me mandaba a cualquier otro lugar, me explicó como podía llegar, se metió dentro del castillo, lo seguí y cuando entro ya no había más nadie, era un lugar abandonado ya no era ese lujoso castillo que había.
Esas personas extrañas, el hombre elegante, los cuadros eran personas cosas del pasado, o sea fantasmas… yo seguía perdida buscando a mis amigas. Pero nunca volvía ver ese castillo elegante.

jueves, 21 de junio de 2007

"Los fantasmas de la infancia" de Gabriela Cerdá

Yo vivía en un lugar tranquilo, alejado de la ciudad, de los ruidos, de todo. Estaba en este pueblo desde mi nacimiento. Había hecho el colegio primario y sólo me quedaba terminar el secundario. Sabía que después se venía lo más duro: hacerme responsable de mis actos, trabajar y mantenerme por mí mismo. Mi objetivo era estudiar para ser un gran médico aunque sabía que el lugar en el que estaba y las condiciones en las que vivía no me lo permitían. Era un pueblo en el que no había universidades y trasladarme a otro lugar era muy difícil.
A pesar de todas estas trabas, me encantaba ir a la escuela y estudiar. Un día me avisaron de un concurso cuyo premio sería una bacante para estudiar en la Universidad de Buenos Aires. El concurso consistía en contestar una serie de preguntas relacionadas con todos los temas, y el que contestara mayor cantidad de preguntas ganaría el premio.
Pensé en anotarme, aunque estaba convencido de que no llegaría nunca a ese premio. Mis amigos insistían en que yo era inteligente y que era capaz de hacerlo.
El día del concurso contesté con muchos nervios. Cuando creí que había terminado entregué la hoja y me retiré a esperar el resultado.
Después de más de media hora el premio se debatía entre dos personas, pero yo no sabía cuáles. Salió un profesor que por cierto imponía miedo, me llamó y me dijo: “Hemos decidido que vos ganes el premio para que continúes tus estudios, pero tendrá que ser en Buenos Aires así que tendrás que trasladarte”.
Muy contento con el premio y sin creerle todavía, regresé a mi casa porque al día siguiente tenía que viajar a ese lugar que tanto me nombraban, Buenos Aires. Yo nunca había ido, sólo sabía que era una ciudad importante. Sin miedos y feliz por lo que me estaba pasando llegué a destino. Me encontré con una facultad enorme en la que por un momento me sentí perdido, pero enseguida me orientaron y comencé mis clases. Descubrí que había personas de otros lugares, como yo, y con el mismo objetivo. Con el correr de los días fui extrañando mi pequeño pueblo, esa tranquilidad que sólo allí conseguía. Estaba en una ciudad totalmente diferente, a la que empecé a llamar “loquero”. Ya no me hacía mucha gracia el extrañar tanto, pero sabía en el fondo de mis pensamientos que tendría que estar agradecido por lo que me había tocado y que sólo me tendría que acostumbrarme sí quería llegar a ser ese gran médico que siempre soñé.
En una de mis tantas clases me encontré con el profesor que me había dado el resultado aquella vez, cuando gané el premio. Me preguntó cómo me estaba yendo en la facultad y si me había adaptado bien a la ciudad. Con una sonrisa dudosa conteste que sí, pero en realidad la ciudad no me gustaba tanto.
Después de una charla de diez minutos, le confesé que estaba apurado y que estaba llegando tarde a las clases en el laboratorio. Me disculpé diciendo que en verdad no me quería perder esa clase que era importante en mi carrera.
Entre saludo y saludo, el profesor me dijo que tiene una propuesta que hacerme. Sorprendido, pregunté cual era esa propuesta y el hombre respondió que me invitaba a realizar una investigación con él. Confieso que este profesor no dejaba de parecerme raro, pero igual pensé que no sería mala idea porque todo lo que tenía que ver con las investigaciones era importante para mí.
Al día siguiente nos encontramos muy temprano en la facultad para comenzar con eso, que yo seguía sin saber muy bien en qué consistía. Nos dirigimos a la morgue de la facultad y recién cuando estábamos dentro, el profesor me mostró unos cuerpos y me confesó de qué se trataba la investigación. Él tenía que hacer autopsias para determinar la muerte de esas personas pero sólo no lo podía hacer y por eso recurrió a mí. Cuando destapó los cuerpos me quedé blanco como un papel, el cuerpo me temblaba y las palabras no me salían. Al ver esos asquerosos cuerpo empezaron a caminar imágenes en mi cabeza, eran sueños que tenía cuando era chico. Soñaba que los muertos se levantaban de las tumbas y me corrían ¡Era horrible! Me pasaba muy seguido por las noches. Me acuerdo que mi mamá se asustaba mucho porque me transformaba y no sabía cómo calmarme. Fue algo que me torturo durante mi infancia, por eso me puse así cuando el profesor me mostró los cuerpo. Lo único que hice fue mirar la puerta y entrar a correr como un loco. Sabía que el profesor nunca entendería porque salí corriendo y eso no me importaba. No quería volver a verlo en mi vida. Comencé a odiarlo porque fue la persona que volvió a despertar esos fantasmas en mi cabeza.

martes, 19 de junio de 2007

”Fraude en Grant Houter” de Germán Urdangaray

Esa mañana era muy fría, yo, como de costumbre, me levantaba muy temprano, desayunaba mi sofisticada medialuna con mi monótono matecocido y repasaba el diario, la sección de clasificados, especialmente, ya que andaba en búsqueda de un empleo. En la página quince de “El informador” advertí un recuadro que se titulaba “Juan Pedro Morales de la calle Aragón al 1700 del número 34”. Era mi nombre, mi apellido y mi dirección. Sorprendido por esto decidí dirigirme a las oficinas generales del periódico.
Faltaban escasos metros cuando observé en el parabrisas de un automóvil que una persona de anteojos oscuros y campera de cuero me estaba siguiendo. Por su forma de caminar, su forma de vestir deduje al instante que ese individuo traía un arma consigo. Tal vez era un agente de policía, hipótesis que deseché al observar que en la solapa derecha de su camisa marrón portaba una estrella plateada, identificación de un agente de la AID.
Me atreví a enfrentarlo cara a cara. Me coloqué tras una ligustrina y lo embosqué.
- ¿Agente Pedro Morales de la AID?, supongo -me dijo secamente.
- Sí, respondí temeroso. Yo años atrás trabajé como detective criminológico para la Agencia Internacional de Delitos, ¿a qué se debe esa pregunta?
- Sí, soy el agente Mauricio Torres de la AID, lo necesitamos.
Luego de estas palabras sentí un fuerte puntazo en el cuello, y después de eso no recuerdo nada, creo que caí en un profundo sueño….

Luego de lo que acabo de contar, aquí estoy, exijo una respuesta
- ¿Qué diablos hago aquí?
- Sr. Morales, la situación es muy compleja y delicada: la hija del Sr. Presidente ha sido secuestrada.
- ¿Secuestrada?, pregunté.
- Sí, y no sólo eso: como rescate exigen un cuadro del Museo Nacional, valuado en trescientos millones de dólares.
- ¿Un cuadro?, qué cosa absurda, ¿por qué no pedir el dinero?
- Para eso está usted aquí, para recuperar la hija del ejecutivo.
- Bien, señores. Asumo la responsabilidad del caso, pero con la condición de que las órdenes las doy yo, y el trabajo lo realizaré yo solo en mi departamento.
- Bien, aceptamos sus demandas.

- Iojan observa a ese sujeto en la esquina de Príngales. Está en una actitud muy sospechosa, ¿no lo crees?, nos ha estado observando desde que salimos de la AID. Ahora mismo esta ocultándose detrás de ese automóvil, pero intenta huir, se dio cuenta de que lo descubrimos.
- No, Iojan, no vale la pena seguirlo, es simplemente un observador imparcial en esta maraña de episodios y situaciones, aparte mi situación mental actual me impide que otro tema intervenga en mis decisiones. ¡Ven, subamos!
- Hay algo que no encaja en este rompecabezas, ¿como hizo el secuestrador para dar a conocer sus demandas? ¿Por un llamado telefónico?, lo descarto, estaría grabada la conversación, conozco los métodos de la agencia. ¿Por un intermediario? No lo creo, el malhechor no sería tan idiota para mandar a alguien. Lo que termino deduciendo es que el malhechor se comunicó a través de una carta, pero ¿dónde está la dichosa carta? Si existiese la misma ¿por qué no entregármela? No lo sé, pero lo sabré. Lo de la carta lo dejaremos para después, lo principal es entrevistar a cada sospechoso individualmente. Lo haremos mañana a primera hora. ¡Vamos Iojan! No perdamos tiempo, primero entrevistaremos al ministro del interior.

-¡Buenos días señor!, ¿en que puedo servirle?
- Vengo a ver al Ministro del Interior.
- ¿Tiene sita usted con él?
- No, señorita, aparte no la necesito…
- Pero usted…
- Pero usted nada señorita, infórmele que llegó el agente Pedro Morales. Mientas tanto voy subiendo hasta su oficina.
- ¡Vamos Iojan, acompáñame!
TOCTOC!!
- ¡¡¡Va!!!
- Señor, ¿en que puedo servirle?
- Sr. Ministro, soy de la AID. Necesitaría formularle algunas preguntas sobre el secuestro de la hija del ejecutivo ¿será posible?
- ¿Cómo que cuánto tardaría este discurso?
- ¡Interrogatorio, en todo caso!
- Sí, sí, como usted diga.
- Qué peculiar escultura, ¿pertenece a la cultura bizantina, entre los siglos XIX y XX?
- Sí, exacto.
- Bien ministro, vayamos al punto. ¿Dónde se encontraba el viernes 18 a las 15:30pm?
- A esa hora me encontraba tomando un tequilita con la secretaria del vice en el despacho del presidente.
- Bien señor, dígame, ¿que piensa del secuestro?
- No mucho, deben de ser los mantenidos de la sociedad los culpables del hecho.
- Bueno, muchísimas gracias ministro.

- Iojan, menos mal que te quedaste afuera, ese ámbito te pudo haber deprimido. Ya tenemos un sospechoso menos, ahora nos toca entrevistar a la secretaria del vice. Apresuremos el paso y llegaremos antes de que se “retire de su puesto de trabajo”.
- ¡Mira Iojan la secretaria esta a punto de tomar ese ómnibus!
- ¡Señorita Beatriz! ¡Señorita Beatriz!
- ¡Sí, señor yo soy!, ¿a qué se debe el griterío?
- Soy el agente Pedro Morales de la AID, necesitaría realizarle algunas preguntas.
- ¿Qué vende?¿seguros?¿préstamos? he…
- ¡Cállese un minuto señorita, me está destrozando mis oídos con su palabrería inútil!
- Soy detective y estoy indagando sobre el secuestro de la hija del presidente…
- Ah, sí, me enteré por los periódicos.
- ¿Por los periódicos señorita? ¡Usted es la secretaria del vice, debería estar empapada en el tema!
- ¿Sí?, ¿usted va a decirme cómo realizar mi trabajo? Entonces yo le diré como hacer el suyo, ¿le parece?
- No, perfecto, está en lo cierto, ¡Mire allí viene su ómnibus!! ¡Tómelo!
- Pero, ¿la encuesta?
- No se preocupe por nada, como podría usted…
- ¡Adiós!
- Adiós señorita.
- Una sospechosa menos. Ahora nos queda el señor Toledano, el director del museo. Aún estará en él. Vayamos, pero antes iremos a la AID, a buscar la pieza faltante de nuestro rompecabezas, y tú, Iojan, serás el responsable de conseguirla, escucha: conociendo al coronel, si existiese tal carta la ocultaría en algún manual de su inmensa biblioteca, de seguro en un libro de poco uso, así que la epístola debe de encontrarse en el pequeño libro titulado “Derechos civiles y democracia directa del pueblo”, libro poco utilizado hoy en día.
Coronel. He venido a contarle algunas resoluciones del caso. He entrevistado a la secretaria, al ministro y ahora iba al encuentro del señor Toledano. Aparte quería consultarle sobre si se encuentra algún documento sobre el cuadro que se pide como rescate.
- Sí, lo tenemos, hoy a la tarde se lo enviarán hasta su casa. ¿Le parece?
- Sí, perfecto, con su permiso me retiro.
- Sí, por favor.

- Iojan, vamos, apresurémonos, se nos va a hacer tarde. Este es el museo, entremos. Qué lugar extraño, para una persona normal, ¿no lo crees?
– Discúlpeme señorita, ¿no sabría donde se encuentra el director del museo?
- Sí, siga por este pasillo hasta interceptar las escaleras, súbalas y dirijase hasta las puertas del salón principal del museo, el Grant Houter, allí se encuentra con un detective.
- Gracias, señorita.
- ¿Señor Toledano deduzco?
- Sí, usted será el agente Pedro Morales de la AID ¿deduzco?
- Sí, deduce bien. ¿Podría realizarle algunas preguntas?
- Sí, con gusto se las responderé.
- ¿Qué realizó el día del secuestro?
- Yo me encontraba caminando por la galería principal de la casa de gobierno, precisamente cuando pasaba por la puerta, abierta, de la oficina del vicepresidente me informan que la hija del ejecutivo fue secuestrada. Por lo demás, me encantaría seguir hablando con usted, pero tengo una reunión con un artista, pero si tiene dudas pregúntele a aquel agente que me realizo una serie de interrogatorios.
- Bien, muchas gracias por su tiempo.
- Bien agente, yo me retiro, ¿haría usted el informe por mí? Muchas gracias. ¡Vamos Iojan!

- Qué ocaso tan magnífico, ¿no lo crees? Con él las personas parecen inspirarse, como Newton, que pudo desarrollar la ley de la gravedad. ¿No es increíble?, sí claro que lo es. Sube tu primero. Yo recogeré la correspondencia. Mira el coronel nos envió el informe del ya famoso cuadro. Ahora sí tenemos todas las piezas, empecemos a formular y desechar hipótesis. Primera pieza, las declaraciones, segunda pieza el informe del cuadro, tercera pieza la carta que tú conseguiste en la agencia y cuarta y no menos importante, las pistas recolectadas a ojo y deducción.
- ¡Eureka! Llamemos al coronel.
- Sr. Coronel lo espero mañana a las 15:00 pm en el salón principal del museo, él Grant Houter. Vaya con custodia, adiós.
- Pero….
- ¡Adiós!
- Bien Iojan, lo tenemos en nuestras manos. Vayamos a descansar la mente, mañana la necesitaremos y mucho.

- Iojan, observa la fachada del edificio, es majestuosa. Pertenece al arte gótico. Ala vez si observamos a aquella persona que cree entender al artista, en realidad no comprende la obra si, pero entiende que es gótico: el arte no se entiende, se comprende; sus matices, su inclinación, su perspectiva. El arte habla de los demás, no de sí mismo, entiendes Iojan. El Sr. Presidente cree que secuestraron a su hija, pero en realidad esa es solamente una ornamentación, la decoración de la obra, en realidad el motivo verdadero del secuestro es cubrir algo, el algo se encuentra de fondo en la obra. El coronel ya se encuentra dentro, apresurémonos.
- ¡Coronel!
- Agente Morales.
- Sr. Director, ¿cómo anda?
- Muy bien, ¿por?
- Por nada…
- Señor Coronel, tengo que informarle que el señor Toledano es el responsable de la farsa del secuestro.
- Pero, ¡qué dice vulgo!
- Señor Toledano, cállese. Morales espero que tenga una buena base para sustentar esta acusación.
- Sí, la tengo, escuchen. En primer lugar quisiera tratar el por qué me ocultaron esta carta, no lo supe, pero ahora lo sé. El señor Toledano, como miembro respetado de esta sociedad, influyó a usted para mantener “el secreto hermético”, usted lo respeto y me la ocultó. Y yo tuve que recurrir a métodos de poca aprobación para conseguirla. Una vez que tuve la carta en mis manos, deduje que estaba escrita con el papel más fino de una papelería, su caligrafía era perfecta, en síntesis, los papeles que utilizan los ejecutivos del museo, la caligrafía de una persona leída, viajada. Segundo punto el descarte de sospechosos: el ministro del interior es muy vulgar, y en el momento del secuestro mantenía un affaire con la secretaria del vice, él junto con la secretaria, un poco limitada de neuronas, están descartados. Mi único sospechoso es el señor Toledano, su declaración cuidadosamente armada, poseía algunos baches. Luego el informe del cuadro presenta algunas anomalías con el original, para cerrar el hecho, diré que el cuadro aquí presente es falso, el original debe de estar en el mercado negro en este momento. La hija del ejecutivo debe de estar en alguna parte del ala norte de la ciudad, ya que el aquí presente envió a una persona a seguirme y por el lugar hacia donde se dirigió solamente se encuentran colectivos que se dirigen a ese lugar de la ciudad.
- Señores han estafado al gran salón de Grant Houter
- ¡Detengan al señor Toledano!

"Intercambio peligroso" de Lila Pinto Vaz

Me encontraba en el patio de mi casa regando las plantas, mis perros jugaban entre ellos y ladraban mucho. En eso escucho el timbre de la puerta de la calle y voy a atender. Era el cartero quien -después de hacerme firmar un papel- me entregó un sobre. Dejé tirada la regadera y me apresuré a entrar a la cocina para leer aquella carta ya que creía que eran noticias de mis parientes, pero al ver el destinatario impreso en el sobre comprendí que la carta me la enviaban del colegio.
Al leer la carta me enteré de la buena noticia: “…con motivo de un intercambio estudiantil, usted ha sido seleccionada para ir a estudiar a los Estados Unidos por un año con todos los gastos pagos…”.
La emoción que sentí fue tan grande que salí corriendo para el pasillo y entré en la habitación de mi madre, que se encontraba durmiendo la siesta, la desperté y le conté de la noticia. Ella me felicitó y no tuvo tiempo de retarme por interrumpir su siesta.
A eso de la 8 y 15 de la noche recibo un llamado telefónico en donde se me advierte que no haga ese viaje tan deseado. Cuando quise preguntarle quién era y por qué me había dicho tal cosa, escucho el tono y me doy cuenta que me habían cortado.
Mi mamá me llamó a cenar y le conté de aquella llamada extraña, pero no le dio importancia y sugirió que había sido una de mis compañeras que se enteró del viaje y estaba celosa. Así que no le di importancia a esa advertencia.
Cuando finalmente llegó el gran día, no lo podía creer. Hice mis valijas y temprano en la mañana partimos con mi madre hacia el aeropuerto. Luego de esperar un rato, por fin nos avisan que mi vuelo estaba por salir, despedí a mi mamá con un fuerte abrazo y hasta con llanto. A ambas nos dolió separarnos, pero sabíamos que era algo transitorio.
Entonces me subí al avión, me senté en el asiento y dejé que el tiempo pasara.
Ya en los Estados Unidos recogí mis maletas en el aeropuerto y me encontré con la familia del chico que haría el intercambio estudiantil conmigo. Ellos eran cuatro: sus padres y dos hermanas; una de ellas, que había estado viviendo un tiempo en México, hablaba español. Nos subimos al auto, y luego de unos minutos, ya estábamos en la casa. Ésta era grande y lujosa, tenía dos pisos, piletas, aparatos electrónicos y todo tipo de accesorios que hacen de una casa un negocio de electrodomésticos.
Carol, la chica que hablaba español, me llevó a recorrer el lugar, fuimos al centro para comprar ropa y comer, y por último fuimos al cine. La película que vimos era de terror y no estaba subtitulada, la verdad casi no la entendí, pero me asusté con las imágenes. Como no me interesaba la película, le dije a Carol que iba al baño y que en un momento regresaba. El baño del cine era muy moderno y lujoso, me acomodé el pelo y salí de ese lugar.
Cuando regresé a la sala fui a sentarme en mi lugar, pero ella no estaba allí. Me preocupé porque no conocía a nadie y ni siquiera me podía comunicar con ellos. Intenté hacerle señas al señor de al lado mío, él me miró fijo y cuando abrió su boca, para contestarme, supongo, de ésta salieron víboras. Quise correr y escaparme de este horrible lugar, pero una mujer me agarró del brazo y me trató de calmar. Yo estaba muy nerviosa y asustada pero intenté tranquilizarme. Cuando miro a esa mujer a los ojos ella abre su boca y de ella empiezan a salir víboras, miles y miles de asquerosas y repugnantes víboras, llenas de veneno por supuesto. Salí corriendo y empecé a gritar con todas mis fuerzas, quería irme lo más pronto posible, mas cuando llegué a la puerta de la sala vi que estaba cerrada, y el hombre de seguridad que la cuidaba abrió su boca y de ésta salían esas asquerosas víboras. El hombre tenía en su mano la carta que yo había recibido. Comprendí que era una trampa, pero ya era muy tarde para mí.