jueves, 21 de junio de 2007

"Los fantasmas de la infancia" de Gabriela Cerdá

Yo vivía en un lugar tranquilo, alejado de la ciudad, de los ruidos, de todo. Estaba en este pueblo desde mi nacimiento. Había hecho el colegio primario y sólo me quedaba terminar el secundario. Sabía que después se venía lo más duro: hacerme responsable de mis actos, trabajar y mantenerme por mí mismo. Mi objetivo era estudiar para ser un gran médico aunque sabía que el lugar en el que estaba y las condiciones en las que vivía no me lo permitían. Era un pueblo en el que no había universidades y trasladarme a otro lugar era muy difícil.
A pesar de todas estas trabas, me encantaba ir a la escuela y estudiar. Un día me avisaron de un concurso cuyo premio sería una bacante para estudiar en la Universidad de Buenos Aires. El concurso consistía en contestar una serie de preguntas relacionadas con todos los temas, y el que contestara mayor cantidad de preguntas ganaría el premio.
Pensé en anotarme, aunque estaba convencido de que no llegaría nunca a ese premio. Mis amigos insistían en que yo era inteligente y que era capaz de hacerlo.
El día del concurso contesté con muchos nervios. Cuando creí que había terminado entregué la hoja y me retiré a esperar el resultado.
Después de más de media hora el premio se debatía entre dos personas, pero yo no sabía cuáles. Salió un profesor que por cierto imponía miedo, me llamó y me dijo: “Hemos decidido que vos ganes el premio para que continúes tus estudios, pero tendrá que ser en Buenos Aires así que tendrás que trasladarte”.
Muy contento con el premio y sin creerle todavía, regresé a mi casa porque al día siguiente tenía que viajar a ese lugar que tanto me nombraban, Buenos Aires. Yo nunca había ido, sólo sabía que era una ciudad importante. Sin miedos y feliz por lo que me estaba pasando llegué a destino. Me encontré con una facultad enorme en la que por un momento me sentí perdido, pero enseguida me orientaron y comencé mis clases. Descubrí que había personas de otros lugares, como yo, y con el mismo objetivo. Con el correr de los días fui extrañando mi pequeño pueblo, esa tranquilidad que sólo allí conseguía. Estaba en una ciudad totalmente diferente, a la que empecé a llamar “loquero”. Ya no me hacía mucha gracia el extrañar tanto, pero sabía en el fondo de mis pensamientos que tendría que estar agradecido por lo que me había tocado y que sólo me tendría que acostumbrarme sí quería llegar a ser ese gran médico que siempre soñé.
En una de mis tantas clases me encontré con el profesor que me había dado el resultado aquella vez, cuando gané el premio. Me preguntó cómo me estaba yendo en la facultad y si me había adaptado bien a la ciudad. Con una sonrisa dudosa conteste que sí, pero en realidad la ciudad no me gustaba tanto.
Después de una charla de diez minutos, le confesé que estaba apurado y que estaba llegando tarde a las clases en el laboratorio. Me disculpé diciendo que en verdad no me quería perder esa clase que era importante en mi carrera.
Entre saludo y saludo, el profesor me dijo que tiene una propuesta que hacerme. Sorprendido, pregunté cual era esa propuesta y el hombre respondió que me invitaba a realizar una investigación con él. Confieso que este profesor no dejaba de parecerme raro, pero igual pensé que no sería mala idea porque todo lo que tenía que ver con las investigaciones era importante para mí.
Al día siguiente nos encontramos muy temprano en la facultad para comenzar con eso, que yo seguía sin saber muy bien en qué consistía. Nos dirigimos a la morgue de la facultad y recién cuando estábamos dentro, el profesor me mostró unos cuerpos y me confesó de qué se trataba la investigación. Él tenía que hacer autopsias para determinar la muerte de esas personas pero sólo no lo podía hacer y por eso recurrió a mí. Cuando destapó los cuerpos me quedé blanco como un papel, el cuerpo me temblaba y las palabras no me salían. Al ver esos asquerosos cuerpo empezaron a caminar imágenes en mi cabeza, eran sueños que tenía cuando era chico. Soñaba que los muertos se levantaban de las tumbas y me corrían ¡Era horrible! Me pasaba muy seguido por las noches. Me acuerdo que mi mamá se asustaba mucho porque me transformaba y no sabía cómo calmarme. Fue algo que me torturo durante mi infancia, por eso me puse así cuando el profesor me mostró los cuerpo. Lo único que hice fue mirar la puerta y entrar a correr como un loco. Sabía que el profesor nunca entendería porque salí corriendo y eso no me importaba. No quería volver a verlo en mi vida. Comencé a odiarlo porque fue la persona que volvió a despertar esos fantasmas en mi cabeza.

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